domingo, 19 de octubre de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA ESPÍRITU?


El principio de la vida se representó a menudo bajo la figura de un aliento o aire. La respiración es el síntoma más evidente de la vida; su cesación es la señal invariable de la muerte; invisible e impalpable, representa la misteriosa fuerza invisible detrás de los procesos vitales. Por ende, nos encontramos que la palabra "espíritu" se utiliza en varios sentidos diferentes pero afines:

  1. Denota a un ser vivo, inteligente, incorpóreo, tal como el alma.
  2. La ardiente esencia de fuego o aliento, que se suponía fuese la fuerza vital universal.
  3. Alguna forma refinada de la substancia corporal, un líquido que se cree que actúa como un medio entre la mente y la tosca materia del cuerpo. San Alberto Magno distinguía entre espíritus corpóreos e incorpóreos, y mucho después de la época escolástica, de hecho, hasta finales del siglo XVIII, los “espíritus animales”, “espíritus vitales”, “espíritus naturales” eran fuerzas reconocidas en todos los fenómenos fisiológicos.
En psicología, "espíritu" se usa (con el adjetivo "espiritual") para denotar todo lo que pertenece a nuestra vida más elevada de la razón, el arte, la moral y la religión en contraste con la vida de la mera percepción sensorial y la pasión. Este último depende intrínsecamente de la materia y está condicionado por sus leyes; el primero se caracteriza por la libertad o el poder de la libre determinación; "espíritu" en este sentido es esencialmente personal.


En teología los usos de la palabra son variados. En el Nuevo Testamento significa a veces el alma del hombre (generalmente su parte superior, por ejemplo, "el espíritu está pronto"); a veces la acción sobrenatural de Dios en el hombre; a veces el Espíritu Santo ("el Espíritu de la verdad a quien el mundo no puede recibir "). El uso de este término para denotar la vida sobrenatural de la gracia es la explicación del lenguaje de San Pablo sobre el hombre carnal y el espiritual y su enumeración de los tres elementos, espíritu, alma y cuerpo (1 Tes. 5,23; Ef. 4,23).

Generalmente la materia ha sido concebida, en un sentido u otro, como la limitación del espíritu. Por lo tanto, se pensaba que los espíritus finitos requerían un cuerpo como un principio de individuación y limitación; sólo Dios, el Espíritu Infinito, estaba libre de toda mezcla de materia.


Por otra parte, en el Antiguo Testamento aún no se había revelado la Santísima Trinidad (pues el Hijo de Dios hecho carne nos la dio a conocer recién en el Nuevo Testamento). Sin embargo, el Señor fue preparando de diversas maneras a su pueblo de Israel a fin de que un día estuviese suficientemente maduro para acoger la plena revelación en Jesucristo.


El término "Espíritu" traduce  el término hebreo "Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire, viento; sugiere movimiento, acción, infiltración en todas partes, producción de los cambios de la naturaleza para producir la vida, etc. Por eso se la usa como signo del Espíritu de Dios que compenetra al ser humano, le da vida, lo renueva y santifica.


Una cualidad del don del Espíritu es que es siempre libre, no sigue ninguna lógica: no se somete a ninguna norma, sino solo al plan salvador de de Dios; así descubrimos su completa autonomía y trascendencia.


Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad trascendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo".


La palabra "Espíritu", significa, entonces:
  • Viento. La palabra significa en un principio viento o soplo (algunas biblias traducen por aliento). Por ejemplo: "Él creó las montañas y creó el viento, descubre a los hombres su pensamiento, hace la mañana y la noche" (Am 4, 13).
  • Vida Humana (o el principio interior de la vida). Poco a poco también pasó a significar la vida humana; porque en los pueblos más sencillos como los nómadas, donde no había médicos, cuando una persona estaba en agonía se daban cuenta de si ya había expirado poniendo un espejo junto a la nariz para ver si aún respiraba: el soplo era el signo de la vida. De ahí pasó a significar el principio de vida que lleva en su interior el hombre, y luego las cualidades de esa vida interior.
  • El Espíritu de Yahvé. Con el andar del tiempo, usaron la imagen de "el Espíritu de Yahvé" para expresar que Dios es quien, "con su aliento o su soplo", determina las estaciones, la vida y lo estados de la naturaleza.

¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que:



  • Es Dios:
El Espíritu Santo es una de las Personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria".  Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.  El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
  • Es el Paráclito:
El Paráclito. Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.


  • Es enviado del Padre y del Hijo:



El otro "Paráclito", será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque Él ha salido del Padre.



  • Es el Espíritu de la Verdad:
Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado:
    1. El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.
    2. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de  justicia y de juicio.
      • Es don de Dios:
      "Nadie puede decir: ´!Jesús es Señor!´ sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el espíritu de su Hijo que clama !Abbá Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraido por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el bautizmo se nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo.

      El Papa Francisco también define al Espíritu Santo como Don de Dios, en nuestra oración nosotros pedimos cosas a Dios, pero Dios nos da más que aquello que le pedimos, Él nos da el Don más grande que podemos recibir de Él sin que se lo pidamos: El Espíritu Santo:


      El Papa: el Espíritu es el don mas grande que nos da Dios:

      "En la oración pedimos tantas cosas al Señor, pero el don más grande que Dios nos da es el Espíritu Santo. Lo afirmó el Papa Francisco en la homilía matutina de la misa celebrada en la Casa de Santa Marta. Al comentar el Evangelio del día, el Pontífice afirmó que Jesús nos invita a tener confianza en la oración: “Pidan y les será dado, toquen y les será abierto".




      The Vatican - Español
      Publicado el 10/10/2014


        • Es  quien nos despierta a la vida de fe:
        El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3) no obstante, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos", inaugurados con la encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.
          • Es esposo de la Virgen María:
          1. El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía  que fuese "llena de gracia" la madre de aquel  en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia,como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente.
          2. En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (Lc 1, 26-38).
          3. En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía difinitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres (Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones.
          4. Por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (Lc 2, 14), y los humildes son siempre los  primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros discípulos. 
          • Es quien glorifica al Hijo: 
          Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (Jn 3, 34). Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que Él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la promesa hecha a los Padres (Jn 14, 16-17). Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en Él: Él les comunica su gloria (Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en Él.
            • Es quien impulsa la Iglesia: 
            Jesús entrega su Espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre" (Rm 6, 4), en seguida a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia (Jn 20, 21; Mt. 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8).

              NOMBRE, APELATIVOS Y SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO


              • El nombre propio del Espíritu Santo:
              "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de aquél que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y la profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos (Mt 28, 19).

              • Los apelativos del Espíritu Santo:
              Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16.26). "Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el primer consolador (1Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16. 13).

              Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de lo apóstoles, en san Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la Promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rom 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rom 8, 11), el Espíritu del Señor (2Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rom 8, 9.14; 15, 19; 1Co 6, 11 ; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4, 14).



              • Los símbolos del Espíritu Santo:

              El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu" (1Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6).

              La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (1Jn 2, 20. 27; 2Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ("Mesías" en hebreo) significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (1S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (Lc 4, 18-19; Is 61, 1).

              El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (1 R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). En forma de lenguas "como de fuego" se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo. "No extingáis el Espíritu"(1 Ts 5, 19).

              La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (1R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle"» (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (Lc 21, 27).

              El sello. es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (2 Co 1, 22;Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.

              La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.

              El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo (Jesús) los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2Co 3, 3). El himno Veni Creatorinvoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu digitus ("dedo de la diestra del Padre").

              La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (Mt 3, 16 paralelos). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados.


              Los Símbolos del Espíritu Santo


              Explicación sobre los símbolos del Espíritu Santo:





              Misión Joven Tv
              Publicado el 18/6/2014

              EL ESPÍRITU SANTO ES DIOS

              El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad:




              Una Persona muy distinta, como tal, del Padre y del Hijo; Él es Dios y consustancial con el Padre y el Hijo.

              Los mismos argumentos sacados de las Escrituras y la Tradición, pueden ser usados generalmente para probar cualquiera de las afirmaciones. Sin embargo, presentaremos las pruebas de las dos verdades juntas, pero primero daremos atención especial a algunos pasajes que demuestran más explícitamente la distinción de personalidad.



              LA ESCRITURA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

              Hacia el final del Antiguo Testamento, poco antes de la venida del Hijo de Dios al mundo por obra del Espíritu en el seno de María Virgen, el autor sagrado del libro de la Sabiduría llegó a identificar en el Espíritu de Dios con su Sabiduría. Trata ésta como atributo divino, pero que tiene una cierta personalidad propia, que iguala con la del Espíritu Santo (al que llama por este nombre más típico del Nuevo Testamento). A la Sabiduría (como ya hemos dicho, asimilada al Espíritu Santo) le asigna las mismas obras que en otras partes la Biblia atribuye a Dios, y lo mismo se dice de la Sabiduría que del Espíritu Santo.


              El texto más conocido es el de Sab 1, 5-7: "El Espíritu Santo que nos educa huye de la hipocresía, se aleja de los pensamientos sin sentido y es rechazado cuando sobreviene la injusticia. La Sabiduría es un Espíritu que ama a los hombres, pero no dejará sin castigo las palabras blasfemas; porque Dios es testigo de su conciencia, es quien vigila la verdad de su corazón y escucha lo que habla su boca. Pues el Espíritu del Señor llena el universo, lo abarca todo y tiene conociemiento de lo que existe". Como se ve, no solo auna al Espíritu Santo con la Sabiduría de Dios, sino que le aplica las mismas acciones de Dios: es nuestro educador (así como el libro de los proverbios lo había dicho de Dios Padre); penetra los secretos del corazón (con esto indica la soberanía de Dios sobre el interior de la vida del hombre); y lo califica de omnipresente como Dios (por que está presente en todas las cosas, y todas las conoce).

              La Sabiduría también asigna al Espíritu Santo otra obra divina para nuestra salvación: la sabiduría divina, que es el don del Espíritu Santo, nos instruye en la voluntad del Señor para que vivamos conforme a su palabra: "Supliqué y me vino el Espíritu de Sabiduría" (Sab 7, 7) "¿Quién habría conocido tu voluntad, si tu no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto de tu Santo Espíritu?" (Sab 9, 17).



              Cualidades divinas del Espíritu Santo:


              El autor sagrado descubre en el Espíritu Santo las mismas cualidades que en muchas otras partes de la Biblia enseña como propias de Dios: "La Sabiduría posee un Espíritu inteligente, santo, único, multiple, sutil, ágil, penetrante, límpido, transparente, inmutable, amante del bien, agudo, bien dispuesto, bienhechor, amigo de los hombres, estable, firme, libre de inquietudes, que todo lo puede, que todo lo vigila y penetra en todos los espíritus: en los inteligentes, en los puros, en los más sutiles" (Sab 7, 22-23).


              En el Antiguo Testamento no se revela todavía enteramente al Espíritu Santo como una "Persona", pero si se muestra como Dios en sus acciones, que son todas del tipo de las que llamamos "personales": son libres, gratuitas, salvadoras, de un guía y maestro, etc. Por eso acostumbramos decir que el Antiguo Testamento muestra la "naturaleza" divina del Espíritu Santo, pero aun no su "Persona", lo que está reservado para el Nuevo Testamento. 




              LA ESCRITURA EN EL NUEVO TESTAMENTO


              En el Nuevo Testamento, la palabra espíritu y, tal vez, incluso la expresión espíritu de Dios, significan a veces el alma o el hombre mismo en la medida que está bajo la influencia de Dios y aspira a cosas superiores; frecuentemente, especialmente en San Pablo, denotan a Dios actuando en el hombre; pero además se usan para designar no solo una acción de Dios en general, sino una Persona Divina, quien no es ni el Padre ni el Hijo, aquel que es nombrado junto con el Padre, o el Hijo, o con ambos, sin que el contexto permita identificarlos. Aquí se darán algunos ejemplos:

              Leemos en Juan 14,16-17: "Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir”; y en Juan 15,26: "Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.” San Pedro dirige su primera epístola, 1,1-2, "a los que viven como extranjeros en la Dispersión… Elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu Santo, para obedecer a Cristo y ser rociados con su sangre”. El Espíritu de consolación y de verdad se distingue claramente también en Juan 16,7.13-15, desde el Hijo, de quien recibe todo, enseñará a los Apóstoles, y del Padre, quien no tiene nada que el Hijo no posea también. Ambos lo envían, pero Él no se separa de Ellos, pues el Padre y el Hijo vienen con Él cuando desciende a nuestras almas (Juan 14,23).

              Muchos otros textos declaran bastante claramente que el Espíritu Santo es una persona, una persona distinta del Padre y del Hijo, y sin embargo, un solo Dios con ellos. En varios lugares, San Pablo habla de Él como si estuvira hablando de Dios:



              • En los Hch. 28,25 le dice a los judíos: "Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías"; ahora bien, la profecía que aparece en los próximos dos versículos está tomada de Is. 6,9-10 donde es puesta en boca del "Rey el Señor de los Ejércitos”.


              • En otros lugares usa las palabras Dios y Espíritu Santo como simplemente sinónimos. De este modo, escribe 1 Cor. 3,16: "¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?".


              • Y en 1 Cor. 6,19: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?".


              • San Pedro afirma la misma identidad cuando se queja con Ananías (Hch. 5,3-4): "¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo?...No has mentido a los hombres, sino a Dios."



              Los escritores sagrados le atribuyen al Espíritu Santo todas las obras características del poder Divino



              • Es en su nombre, como en el nombre del Padre y del Hijo, que se da el bautismo (Mt. 28,19).
              • Es a través de su operación que se realiza el mayor de los misterios divinos, la Encarnación del Verbo, (Mt. 1,18-20; Lc. 1,35).
              • Es también en su nombre y por su poder que los pecados son perdonados y las almas santificadas: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn. 20,22-23); "Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de Nuestro Dios” (1 Cor. 6,11); "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rom. 5,5).
              • Él es esencialmente el Espíritu de verdad (Jn. 14,16-17; 15,26), cuyo oficio es fortalecer la fe (Hch. 6,5), conceder sabiduría (Hch. 6,3), dar testimonio de Cristo, es decir, confirmar su enseñanza internamente (Jn. 15,26) y enseñar a los Apóstoles el completo significado de ella (Jn. 14,26; 16,13), con los cuales morará por siempre (Jn. 14,16).
              • Habiendo descendido a ellos en Pentecostés, los guiará en su obra (Hch. 8,29), pues Él inspirará a los nuevos profetas (Hch. 11,28; 13,9) como inspiró a los profetas de la antigua Ley (Hch. 7,51).
              • Él es la fuente de gracias y dones (1 Cor. 12,3-11); Él, en particular, otorga el don de lenguas (Hch. 2,4; 10,44-47).
              • Y mientras habita en nuestros cuerpos, los santifica (1 Cor.3,16; 6,19), y de esta manera algún día los levantará nuevamente de entre los muertos (Rom. 8,11). Sin embargo, Él obra especialmente en el alma, dándole nueva vida (Rom. 8,14-16; 2 Cor. 1,22; 5,5; Gal. 4,6). El es el Espíritu de Dios, y al mismo tiempo el Espíritu de Cristo (Rom. 8,9); porque Él está en Dios, Él conoce los misterios más profundos de Dios (1 Cor. 2,10-11) y posee todo conocimiento. San Pablo termina su Segunda Epístola a los Corintios (13,13) con su fórmula de bendición la cual, puede ser llamada una bendición de la Santísima Trinidad: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes”.

              EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO


              En una de las tantas predicaciones de Jesús, resultan comprensibles las palabras, impresionantes y desconcertantes que Él dice. Las podríamos llamar las palabras del "no perdón".

              Nos las refieren  los Evangelios Sinópticos respecto a un pecado particular que es llamado "blasfemia contra el Espíritu Santo". Así han sido referidas en su triple redacción:

              Mateo: "Todo pecado y blafemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro".

              Marcos: "Se perdonará todo a los hijos de los hombrres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno".

              Lucas: "A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará".

              El padre Custodio Ballester da una explicación con ejemplos de qué significa el pecado contra el Espíritu Santo:


               

              Sagrada Familia Tv
              Publicado el 20/5/2010

              ¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable?


              ¿Cómo se entiende esta blasfemia? Uno de los Santos padres de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, responde, que se trata de un pecado "irremisible según su naturaleza, en cuanto excluye aquellos elementos, gracias a los cuales se da la remisión de los pecados".

              Según esta exégesis la "blasfemia" no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el hombre rechaza aquel "convencer sobre el pecado", que proviene del Espíritu Santo y tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la "venida" del Paráclito: aquella "venida" que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. La sangre que "purifica de las obras muertas nuestra conciencia".

              Sabemos que un fruto de esta purificación es la remisión de los pecados. Por tanto, el que rechaza el Espíritu y la Sangre permanece en las "obras muertas", o sea en el pecado. Y la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta remisión, de la que el mismo Espíritu es el íntimo dispensador y que presupone la verdadera conversión obrada por él en la conciencia. Si Jesús afirma que la blasmfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada ni en esta vida ni en la futura, es porque esta "no remisión" está unida, como causa suya, a la "no penitencia", es decir al rechazo radical del convertirse. Lo que significa el rechazo de acudir a las fuentes de la Redención, las cuales, sin embargo, quedan "siempre" abiertas en la economía de la salvación, en la que se realiza la misión del Espíritu Santo. El Paráclito tiene el poder infinito de sacar de estas fuentes: "recibirá de lo mío", dijo Jesús. De este modo el Espíritu completa en las almas la obra de la Redención realizada por Cristo, distribuyendo sus frutos. Ahora bien la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado cometido por el hombre, que reivindica un pretendido "derecho de perseverar en el mal" - en cualquier pecado - y rechaza así la Redención.

              El hombre encerrado en el pecado, haciendo imposible por su parte la conversión y, por consiguiente, también la remisión de sus pecados, que considera no esencial o sin importancia para su vida. Esta es una condición de ruina espiritual, dado que la blasfemia contra el Espíritu Santo no permite al hombre salir de su autoprisión y abrirse a las fuentes divinas de la purificación de las conciencias y remisión de los pecados.



              El Espíritu que convence en lo referente al pecado


              La acción del Espíritu de la verdad, que tiende al salvífico "convencer en lo referente al pecado", encuentra en el hombre que se halla en esta condición una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo que la Sagrada Escritura suele llamar "dureza de corazón". En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizás la pérdida del sentido del pecado, a la que dedica muchas páginas la Exhortación Apostólica "Reconciliatio et paenitentia". Anteriormente el Papa Pío XII había afirmado que "el pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del pecado" y esta pérdida está acompañada por la "pérdida del sentido de Dios".


              En la citada Exhortación leemos: "En realidad, Dios es la raíz y el fin supremo del hombre y éste lleva en sí un germen divino. Por ello, es la realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es vano, por lo tanto, esperar que tenga consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado".



              Publicado en Youtube

              Enrique Bastardo el 1/7/2012


              La Iglesia, por consiguiente, no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en la conciencias humanas, que no se atenue su sana sensibilidad ante el bien y el mal. Esta rectitud y sensibilidad están profundamente unidas a la acción íntima del Espíritu de la verdad. Con esta luz adquieren un significado particular las exhortaciones del apóstol: "No extingáis el Espíritu", "no entristezcáis al Espíritu". Pero la Iglesia, sobre todo, no cesa de suplicar con gran fervor que no aumente en el mundo aquel pecado llamado por el Evangelio blasfemia contra el Espíritu Santo; antes bien que retroceda en las almas de los hombres y también en los mismos ambientes y en las distintas formas de la sociedad, dando lugar a la apertura de las conciencias, necesaria para la acción salvífica del Espíritu Santo. La Iglesia ruega que el peligroso pecado contra el Espíritu deje lugar a una santa disponibilidad a aceptar su misión de Paráclito, cuando viene para "convencer al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio".



              Jesús en su discurso de despedida ha unido estos tres ámbitos del "convencer" como componentes de la misión del Paráclito: el pecado, la justicia y el juicio. Ellos señalan la dimensión de aquel misterio de la piedad, que en la historia del hombre se opone al pecado, es decir al misterio de la impiedad. Por un lado, como se expresa San Agustín, existe el "amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios"; por el otro, existe el "amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo". La Iglesia eleva sin cesar su oración y ejerce su ministerio para que la historia de las conciencias y la historia de las sociedades en la gran familia humana no se abajen al polo del pecado con el rechazo de los mandamientos de Dios "hasta el desprecio de Dios", sino que, por el contrario, se eleven hacia el amor en el que se manifiesta el Espíritu que da la vida.

              Los que se dejan "convencer en lo referente al pecado" por el Espíritu Santo, se dejan convencer también en lo referente a "la justicia y al juicio". El Espíritu de la verdad que ayuda a los hombres, a las conciencias humanas, a conocer la verdad del pecado, a la vez hace que conozcan la verdad de aquella justicia que entró en la historia del hombre con Jesucristo. De este modo, los que "convencidos en lo referente al pecado" se convierten bajo la acción del Paráclito, son conducidos, en cierto modo, fuera del ámbito del "juicio": de aquel "juicio" mediante el cual "el príncipe de este mundo está juzgado". La conversión, en la profundidad de su misterio divino-humano, significa la ruptura de todo vínculo mediante el cual el pecado ata al hombre en el conjunto del misterio de la impiedad. Los que se convierten, pues, son conducidos por el Espíritu Santo fuera del ámbito del "juicio" e introducidos en aquella justicia, que está en Cristo Jesús, porque la "recibe" del Padre, como un reflejo de la santidad trinitaria.


              Esta es la justicia del Evangelio y de la Redención, la justicia del Sermón de la montaña y de la Cruz, que realiza la purificación de la conciencia por medio de la Sangre del Cordero. Es la justicia que el Padre da al Hijo y a todos aquellos, que se han unido a él en la verdad y en el amor.


              En esta justicia el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, que "convence al mundo en lo referente al pecado" se manifiesta y se hace presente al hombre como Espíritu de vida eterna.

              LA FE EN EL ESPÍRITU SANTO

              DOCTRINA DE SAN ATANASIO

              • Argumento teológico:
              San Atansio enseña que en ningún lugar de la Sagrada Escritura se presenta al Espíritu Santo como una creatura. Ciertamente la Biblia tampoco dice directamente que el Espíritu Santo es Dios, sino que a la manera hebrea le atriuye todas las obras y cualidades que son las mismas del Padre y del Hijo. Por eso, o la divinidad de Dios Padre e Hijo, o se confiesan junto con la divinidad del Espíritu Santo, o juntas caen; no se puede dividir la fe en Dios.

              Las obras del Espíritu Santo son semejantes a las que realiza el Hijo (osea el Verbo) de Dios. Por ejemplo, la profecía (que como sabemos es una obra divina); si los profetas pudieron anunciar la Palabra de Dios, fue porque el Verbo bajó sobre ellos y fueron inspirados por el Espíritu Santo. Por eso concluye San Atanasio: "El Espíritu no puede separarse del Verbo". Otra obra es la Encarnación; la decidió el Padre para realizar por medio de ella su plan de salvación a nuestro favor. Su Hijo se formó un cuerpo en el seno de la Virgen María; pero realizó esta obra por la acción del Espíritu Santo. La Encarnación del Hijo de Dios es pues, una obra trinitaria en la cual los tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, al mismo tiempo realizan una misma y única obra. San Atansio escribe: "El Verbo se formó y modeló para sí un cuerpo en el Espíritu". Por eso si alguna niega que el Espíritu Santo es Dios, también debería negar que el Hijo de Dios es Dios. De esta manera concluye San Atanasio: "Los que así yerran tampoco pueden tener una sana fe en Dios como Padre".


              • Argumento bíblico:

              Si algunos tienen al Espíritu Santo como uan creatura, sería tanto como afirmar que una creatura es la que los salva y santifica, ya que la obra principal que el Espíritu realiza en nosotros es Santificarnos. También es el Espíritu Santo el que da la vida, como nos enseña la Sagrada Escritura, por ejemplo en Romanos 1, 1-4 y 8, 11: Dios resucitó a Jesucristo por su Espíritu. De modo semejante, dice San Pablo, "dará la vida a sus cuerpos mortales si su Espíritu habita en ustedes". Entonces, ¿Cómo puede resucitarnos una creatura? si el Espíritu Santo no es Dios, tendríamos que desconfiar de nuestra propia resurrección de entre los muertos, porque ni siquiera Cristo habría resucitado.

              Además, el Espíritu Santo es quien ungió a Jesús para que fuera el Cristo (es decir "el Ungido") y de modo parecido nos unge a nosotros para sernos cristianos (es decir, "ungidos como Cristo"). Si el Espíritu  Santo no fuera Dios, sino solamente una creatura (por más alta que sea), entonce no participaríamos de la naturaleza divina (como enseña San Pedro 2 Pe 1, 4); es decir, no seríamos elevados al nivel de Hijos de Dios en Cristo, como enseña San Pablo en Rom 8, 14-17 y Ga 4, 6-7.

              Finalmente San Atanasio nos dice que la Bilbia nunca afirma de Él cualidades propias de una creatura, sino las propias de Dios. Por ejemplo dice de Él que es inmutable, que llena toda la tierra y como el Verbo está presnte en todas las cosas (Por ejemplo el Sal 139, 7; Sab 7, 22-23), es uno y único mientras que las creaturas somos muchas, cambiamos y ocupamos un lugar, ninguna llena todo el universo.


              • Argumento litúrgico:
              En último lugar hace uso del argumento litúrgico, sobre todo del bautismo. Aplica el principio teológico que ya hemos visto: la Iglesia no puede orar (sobre todo en su oración litúrgica) sino según su fe, y no puede creer sino como hemos sido bautizados "En el nomnre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19) incluso los herejes si se dicen cristianos, han debido resivir este bautismo, que no puede estar mezclado de Dios y de creatura, sino que todos hemos sido hechos cristianos e hijos de Dios en el nombre de Dios. Por eso escribe San Atanasio:

              Así como es único el bautismo que se confiere en el Padre y el Hijo y el Espíritu, así es única la fe en la trinidad; como dice el Apóstol (Ef 4, 5); de este modo, la santa trinidad es de tal manera idéntica así misma e intimamente unida, que nada tiene en sí de creado. Es,  pues, indivisible la unidad de la Trinidad, así como es una sola nuestra fe en ella.


              DOCTRINA DE SAN BASILIO


              • Argumento bíblico:

              San Basilio, ante todo, les hace caer en la cuenta de que nuestra fe parte siempre de la revelación de Dios por su Palabra, la cual lo llama "Espíritu de Dios", "Espíritu de la Verdad", "Que procede del Padre" y lo llama "Santo", con un calificativo que coincide con el da al Padre y al Hijo. La Sagrada Escritura no lo llama Santo porque haya sido santificado como nosotros, sino porque santifica, porque eleva a las creaturas para participar en la vida de Dios y alcanzar su fin último.

              Nosotros recibimos la salvación "siendo sepultados con Cristo en el bautismo" para morir y resucitar con Él. Toda es obra del Espíritu: el que seamos ungidos como Cristo y el que resucitemos con ÉL. La Palabra del Señor enseñó que Cristo instituyó el sacramento del Bautismo para que, sepultados en el agua, participemos en la vida por el Espíritu; porque no es el agua la que nos da la vida (el agua es solo su símbolo) sino el Espíritu. De éste y no del agua, proviene la gracia, la cual es la que garantiza nuestra futura resurrección con Cristo. Por esto San Basilio escribe: "Si alguien definiese el Evangelio como una prefiguración de la vida en la resurrección, no me parecería lejos de la verdad"; ya que por el Espíritu Santo, según la biblia, se realiza nuestra filiación adoptiva, entramos en comunión con Cristo y podemos participar de la vida eterna.


              • Argumento litúrgico:
              El Espíritu Santo es, pues, inseparable del Padre y del Hijo en toda la obra de nuestra salvación, por eso le damos gloria junto con el Padre y el Hijo. Entonces, ¿Por qué no le hemos de adorar y dar gloria - se pregunta San Basilio - , si el Espíritu Santo, según la escritura, participa de todas las cualidades y obras divinas, y la palabra de Dios afirma de Él todos los nombres, títulos y obras que también afirma del Padre y del Hijo? Conocemos que existe desde siempre como el Padre y el Hijo, cuando leemos que participó en la creación. Sabemos que Él preparó la venida del Hijo de Dios por medio del servicio de los profetas a los que inspiró (y sabemos que la profecía es obra divina).

              La escritura dice de Él las misma acciones que del Padre y del Hijo, como elegir y enviar a los apóstoles a la misión, llamar a Pablo y a Bernabé y guiar a su pueblo. Si es así, ¿Por qué debe negársele el darle gloria como al Padre y al Hijo? La gloria no es algo postizo, sino que es la manifestación de la grandeza de Dios a través de sus obras. Por eso, glorificar al Espíritu no es sino reconocer (como lo hace la escritura) sus maravillas y acciones a favor nuestro. Si debemis reconocer los dones del Espíritu, y en esto conciste su gloria, ¿por qué no ha de colocarse con el Padre y el Hijo, si junto con ellos lleva a cabo toda la obra de nuestra salvación?.


              DOCTRINA DE SAN GREGORIO DE NACIANZO


              • El Espíritu Santo es Dios:
              Ante todo, el fue el primero en afirmar abiertamente que, si la Escritura le atribuye todas las cualidades y obras divinas, entonces debemos confesar en nuestra fe que Él es Dios.


              Él aclaró, antes que nadie que si bien está revelado en la Sagrada Escritura que hay un solo Dios, también ella nos enseña que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este es, precisamente, el misterio de Dios, el ser en su naturaleza (es decir, en lo que Él es) uno solo, y sin embargo, existir como tres personas. esto no lo alcanzamos a entender completamente los seres humanos, porque no conocemos a Dios directamente, sino solo en sus manifestaciones a favor de nuestra salvación. Claro está que el ser Dios supera con mucho nuestro ser humano. Si Afirmamos, pues, que Dios es uno y Trino, nio lo hacemos porque conozcamos ni entandamos todo lo que Él es, sino porque Él, que sí se conoce así mismo, de esta manera nos lo ha revelado. Aunque este modo de hablar nuestro no es perfecto, sí es el mejor que podemos usar para decir con palabras aquello que Dios nos ha dicho a cerca de sí mismo.


              • En qué se distingue del  Hijo:
              Tampoco llegamos a conocer completamente en qué se distingue el Hijo y el Espíritu Santo, fuera de lo que nos enseñan las Escrituras:  que el Hijo se llama así porque desde toda la eternidad fue engendrado por el Padre. En cambio del Espíitu Santo la Sagrada Escritura nos enseña que "proviene del Padre", pero no nos dice cómo. Por eso, fieles a la palabra de Dios, distinguimos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, por más que no sepamos explicarlo completamente. Por eso San Gregorio concluye: "Pues del Padre procede, no es creatura; y por el hecho de no ser engendrado, no es Hijo. Mas, como está entre el Padre y el Hijo, es Dios". Más adelante añade que, si el Espíritu Santo es Dios, entonces no se ve ningún motivo por el cual no debamos adorarlo y glorificarlo como al Padre y al Hijo,  y junto con ellos. Por eso concluye en su discurso teológico, que "hemos de adorar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo".



              EL CREDO DEL I CONCILIO DE CONSTANTINOPLA (AÑO 381)


              • El Símbolo de la fe:
              En el año 381, dos años después de la muerte de San Basilio, se celebró el primer concilio de Constantinopla, precidido por el patriarca de esa ciudad, San Gregorio de Nacianzo. Los obispos orientales se reunieron para responder a los herejes pneumatómacos, de una vez para siempre, definiendo como dogma de fe la divinidad del Espíritu Santo. Este credo, que es el más largo que solemos cantar en las misas solemnes, fue aprobado por el papa San Damaso en el año 382, y en el 41 por el Concilio de Calcedonia, como la plataforma fundamental de toda la fe de la Iglesia. El cocilio prefirió afirmar la divinidad del Espíritu Santo siguiendo la SagradaEscritura, es decir, tomando de ella los títulos, obras y cualidades que le atribuye al Espíritu Santo, y que son propias y exclusivas de Dios.



              • ¿Qué es lo que creemos?:


              Desde luego creemos lo que Él ha revelado en la Palabra de Dios por medio de los escritores sagrados,  hacerca de sí mismos, y que el Concilio resume de esta manera:

              "(Creo que el Hijo) se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen" este concilio con toda la tradición antigua de la Iglesia, mira la virginidad de María al concebir a Jesús,como un signo de la obra creadora del Espíritu Santo en ella,  de modo que Aquel a quien poco antes el mismo credo había confesado Hijo de Dios  y de la misma substancia del Padre (es decir, Dios igual a Él), toma de María un cuerpo y alma humanos, no por acción de unión matrimonial, sino por el poder creador del Espíritu. queda de este modo indicado que la encarnación del Hijo de Dios por nuestra salvación no puede ser sino una obra divina, llevada a cabo por el Espíritu (como afirman Mt 1, 18.20 y Lc 1, 35).


              "Creo en el Espíritu Santo, Señor"

              Tenemos aquí dos expresiones de su divinidad: 1º Creemos en Él. En el griego original ese creer en significa que toda nuestra vida tiende a Él y está consagrada. Por eso un fiel no puede creer sino en Dios. 2º El Título Señor que el Nuevo Testamento reserva para Dios. Por ejemplo, María, al referirse a Dios dice: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios mi Salvador..." (Lc 1, 47); del Hijo afirma Santa Isabel: "¿Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme?". (Lc 1, 43); y del Espíritu Santo dice San Pablo: "El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad" (2 Cor 3, 17).


              "Que hace la Vida"


              Una traducción del Credo al Castellano no tan exacta dice: "Creo en el Espíritu Santo, Señor que da la vida". Aunque es verdad que da la vida, sin embargo, la expresión original en griego del credo es más fuerte: Creo en el espíritu Santo, Señor que "crea" la vida. En esta sentencia el concilio recoge muchas partes de la revelación de la palabra de Dios, por ejemplo, el hecho de que, desde el principio, cuando fue creado el hombre, Dios sopló sobre el su Espíritu y el comenzó a ser uns er viviente (Gn 2, 7). Así lo afirma también el Sal 104, 29-30. Pero, sobre todo, lo sabemos porque el dio la vida a Jesús, al llevar a cabo su encarnación en el seno de la Virgen María (Mt1, 18.20 y Lc 1, 35) y al resucitarlo de entre los muertos (Rm 1, 4; 8, 11).



              "Que procede del Padre"


              Indica su relación al interior de la Trinidad. Es verdad que la expresión de JEsús en San Juan: "Cuando venga el Consolador, el Espíritu de la Verdad que yo les enviaré y que procede del  Padre, Él dará testimonio de mí" (Jn 15, 26) se refiere a la misión del Espíritu Santo. Pero desde el principio de la Iglesia sabemos que por las misiones llegamos a conocer lo que son cada una de las personas de la Trinidad.



              "Que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado"


              Estas palabras también significan la divinidad del Espíritu Santo, aunque la expresan en una forma litúrgica. Toda gloria y adoración se dirige al único Dios,  que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso, nuestra glorificación y adoración es una sola y se dirige a las tres personas de la Trinidad, así como en nombre de las tres recibimos el bautismo, porque, como antes dijimos, toda oración en la Iglesia corresponde a nuestra fe, y ésta es la fe en la que hemos sido bautizados. El que el Espíritu sea "con-glorificado" en una misma gloria con el Padre y el Hijo significa que siempre actúa con ellos; porque a Dios no lo vemos directamente, sino que su gloria se muestra en su poder, con el cual realiza las obras que nos salvan.



              "Que habló por los profetas"


              Esta expresión tiene resonancias bíblicas y catequéticas al principio de la Iglesia. Sin embargo, en el modo de entender "los profetas" se incluye toda la Palabra de Dios, de modo que esta frase quiere decir que Él inspiró a los escritores sagrados para que escribieran la Palabra de Dios, que es obra suya.


              Inmeditamente después de esta confesión de fe, el concilio de Constantinopla nombra lo que el Espíritu Santo realiza en favor de los seres humanos para salvarlos: "Y en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, en el baurismo para la remisión de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna". Todas ellas, como se ve, son obras que solo puede realizar Dios porque son de origen divino.


              Comparto con ustedes una audiencia general del Papa Francisco en la que habla sobre la fe en el Espíritu Santo. Gracias al Canal en Youtube de Rome Reports




              Audiencia general: El Papa explica la fe en el Espíritu Santo


              ROME REPORTS en Español

              Publicado el 8/5/2013
              http://es.romereports.com

              EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DEL CRISTIANO

              Puesto que el Espíritu Santo es la Unión de Cristo, es Cristo Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo.

              Dentro de la Iglesia el Espíritu Santo es quien introduce en ella, orienta y anima a cada uno de los cristianos a quienes Él mismo ha ungido , en el Bautismo.

              • Él nos hace hijos de Dios, y no esclavos; por eso podemos llamar "Padre" a Dios (Rm 8, 15-17).
              • Él nos hace vivir la vida de fe, de manera que ésta se convierta en una senda de vida también moral según la voluntad del Padre, "caminando según el Espíritu" (Gal 5, 25).
              • Él es quien nos inspira e impulsa a adorar a Dios y darle culto "en el Espíritu" (Flp 3, 3).
              • Él nos conduce hacia la salvación que Jesucristo nos ha ganado por voluntad del Padre (1 Tes 4, 7-8; 2 Tes 2, 13).
              • Él es, finalmente, quien nos hará resucitar con Cristo, porque por Él el Padre resucitó también a su Hijo, de manera que toda nuestra esperanza cristiana está puesta en la obra que realiza y llevará a cabo en nosotros el Espíritu Santo: "Si el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos hará revivir sus cuerpos  mortales por medio de ese Espíritu suyo que habita en ustedes" (Rom 8, 11).

              Por el Espíritu Santo llamamos a Dios "Abbá!, Padre!"



              Si el Espíritu Santo, inhabitando en nuestro espíritu, nos hace capaces de llamar "Padre" a Dios, entonces vivir como hijos de Dios es un sello claro de la obra del Espíritu en nosotros; obra que, lejos de estar separada de la del Hijo hecho carne, está unida con ella. En efecto, tanto el Hijo como el Espíritu Santo nos hacen hijos de Dios, sólo que cada uno de ellos estampando su sello personal y propio.

              El Hijo de Dios hecho carne es la imagen de Dios según la cual fuimos hechos, y para recpnstruir la cual (distorsionada por el pecado) fuimos rescatados por la Encarnación, vida y misterio pascual del Hijo: según la imagen de éste somos hijos también nosotros. Pero esto  es posible, tanto porque el Espíritu Santo nos ha ungido para ser cristianos, al igual que Jesús fue Ungido; como también porque, perdida la gracia por el pecado, es el Espíritu quien santifica con la gracia, que se expresa en la fe y la caridad, ambas obras suyas, siendo Él mismo el Amor y el Maestro de la Verdad.

              El Padre está sobre todas las cosas, pero el Verbo está con todas ellas, pues por medio de Él, el Padre creó todas las cosas  (Jn 1, 3); pero en nosotros está el Espíritu que clama "!Abbá, Padre!" (Rom 8, 15; Gal 4, 6), y hace al hombre semejante a Dios. Luego el Espíritu muestra al Verbo, y por eso los profetas anunciaron al Hijo de Dios; mas el Verbo sirve de lazo al Espíritu, y por eso Él mismo es quien enseña a los profetas y eleva al ser humano hasta el Padre.



              Somos hijos de Dios:


              "Hijos de Dios" son, en efecto, como enseña el apóstol, "los que son guiados por el Espíritu de Dios". La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base del misterio de la encarnación, osea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el nacimiento, o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo". Entonces, realmente "recibimos un Espíritu de Hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!". Por tanto, aquella filiación divina, incertada en el alma humana por la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo. "El Epíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo". La gracia santificante es en el hombre el principio y la fuente de la nueva vida: vida divina y sobrenatural.



              El Espíritu, maestro interior de oración


              Si podemos llamar "Padre" a Dios, por el Espíritu, es porque este mismo Espíritu que unigió a Jesús, lo inspiró para que Él, precediéndonos, en su humanidad descubriese a Dios como su Padre: "En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: ¨Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra¨" (Lc 10, 21). Sin este reconocimiento de Dios como Padre, la oración  cristiana es imposible.

              Pudiera acaecer, como ha sucedido en casos excepcionales de personas creyentes, en religiones no cristianas, que alguno se dirigiese a Dios como un bienhechor generoso, incluso como a Creador o como al bondadoso gobernante de cielos y tierra. La fe hebrea, en el Antiguo Testamento, está de oración a Yahvé como al Dios y Señor de su pueblo. Mas la oración típicamente cristiana sólo sabe dirigirse a Dios clamando: "Padre Nuestro" (Mt 6, 8; Lc 11, 2). Así oró Jesús y, según su ejemplo y su enseñanza, siempre que oramos nos dirigimos a Dios como a nuestro Padre. Pero ya sabemos que la paternidad es un don del Espíritu. Por ese motivo, sólo por la obra de éste nos hacemos capaces de clamar a Dios, llamándolo "!Abbá, Padre!" (Rm 8, 15; Gal 4, 6). De ahí que el "Padre nuestro" (o cualquier otro modo de orar inspirado en éste), rezado con conciencia de hijos, es un modo evangélico de vivir en el Espíritu.


              El Espíritu Santo fortalece el hombre interior


              El Espíritu injerta la "raíz de la inmortalidad", de la que brota la nueva vida, esto es, la vida del hombre en Dios que, como fruto de su comunicación salvífica por el Espíritu Santo, puede desarrollarse y consolidarse solamente bajo su acción. Por ello, el Apóstol, se dirige a Dios en favor de los creyentes, a los que dice: "Doblo mis rodillas ante el Padre... para que os conceda que seais fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior".


              En una homilía del Papa Francisco, habla del Espíritu Santo como compañero de camino


              "El Espíritu Santo nos prepara al encuentro con Jesús. Lo dijo el Papa en la homilía de la Misa de la mañana en la Casa de Santa Marta, en la que habló de la importancia del examen de consciencia". 




              Papa Francisco: el Espíritu Santo compañero de camino
              The Vatican - Español
              Publicado 6/5/2013


              Bajo elinflujo del Espíritu Santo madura y se refuerza este hombre interior, esto es "espiritual". Gracias a la comunicación divina el espíritu humano que "conoce los secretos del hombre", se encuentra con el Espíritu que "todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios". Por este Espíritu, que es el don eterno, Dios uno y trino se abre al hombre, al espíritu humano. El solplo oculto del Espíritu divino hace que el espíritu humano se habra, a su vez, a la acción de Dios salvífica y santificante. Mediante el don de la gracia que viene del Espíritu el hombre entra en "una nueva vida", es introducido en la realidad sobrenatural de la misma vida divina y llega a ser "Santuario del Espíritu Santo", "Templo vivo de Dios". En efecto, por el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo vienen al hombre y ponen en él su morada.


              El hombre vive en Dios y de Dios: vive "según el Espíritu" y "desea lo espiritual".

              La relación íntima con Dios por el Espíritu Santo hace que el hombre se comprenda, de un modo nuevo, también así mismo y a su propia humanidad. De esta manera, se realiza plenamente aquella imagen y semejanza de Dios que es el hombre desde el principio. Esta verdad íntima sobre el ser humano ha de ser descubierta constantemente a la luz de Cristo que es el prototipo de la relación con Dios y, en él, debe ser decubierta también la razón de "la entrega sincera de sí mismo a los demás".

              El Papa Francisco explica que la verdadera conversión es obra del Espíritu Santo



                

              Laudate Dominum
              Publicado el 10/6/2013

              El nos unge para continuar la misión de Cristo




              En el libro 1 Jn 2, 20 dice: "En cuanto a ustedes, están ungidos por el (Espíritu) Santo y lo saben". ¿Qué significa este regalo? De un modo general se puede afirmar que es el "sello de Dios". La esposa (que en la Sagrada Escritura representa a Israel, el Pueblo amado de Dios) canta a Yahvé su esposo: "Grábame como sello en tu corazón, como sello en tu brazo, porque el amor es más fuerte que la muerte" (Cant 8, 6). Por eso decimos que los sacramentos más propios del Espíritu Santo (el Bautismo y la Confirmación) "imprimen carácter". Este es el motivo por el que no pueden repetirse, pues el Señor no se arrepiente de sus dones. Al sellarnos el Espíritu por la unción con el aceite bendito que lo representa, nos dice que Dios nos ha elegido como a Jesús, el Cristo, a fin de que seamos sus hijos para siempre.


              Como todos los cristianos somos ungidos e hijos por Jesús y como Jesús, el Padre lo ha sellado a Él (Jn 6, 27), y también a nosotros: "Es Dios quien a nosotros y a ustedes nos fortalece en Cristo, el que nos ha ungido, nos ha marcado con su sello y nos ha dado su Espíritu como garantía de salvación" (2 Cor 1, 21-22). Llevar en nosotros marcada la imagen de Dios por el Espíritu Santo, es la fuente de nuestra esperanza de salvación, porque, como San Pablo escribe en otro lugar, con esta marca el Señor nos reconocerá como suyos: "No causen tristeza al Espíritu Santo de Dios, que es el sello impreso en ustedes para distinguirlos el día de la liberación" (Ef 4, 30).

              Hay que recordar para qué fin prometió Jesús el Espíritu Santo a sus Apóstoles: "Recibirá la fuerza del Espíritu Santo; Él vendrá sobre ustedes para que sean mis testigos en Jerusalén en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). "Confirmar en la fe" también significa "confirmar en la misión".



              Por el Bautismo el Padre nos llamó a ser sus hijos, a fin de que, ungidos por el Espíritu Santo al igual que su Hijo, y como miembros de una comunidad "convocada de entre" las naciones (porque eso significa Ecclesia) continuáramos en el mundo la misión de Jesús, enviado para ser nuestro pastor, profeta y sacerdote. 


              • El ministerio de Pastor:
              Si fuimos ungidos por el Espíritu como Cristo, es para que, como Él, pasemos por el mundo haciendo el bien. En este sentido, el Papa Juan Pablo II escirbe: "Por su pertenencia a Cristo, Señor, y Rey del universo, los fieles laicos participan de su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia. Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos el reino del pecado (Rom 6, 12); y despúes en la propia entrega para servir, en la justicia y en la caridad, al mismo Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente en los más pqueños (Mt 5, 40). 

              Pero los fieles laicos están llamdos de modo particular para dar de nuevo a la creación su valor originario. cuando mediante una actividad sostenida por la vida de la gracia, ordenan lo creado al verdadero bien del hombre, participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (Jn 12, 32; 1 Cor 15, 28)".

              • El ministerio de profeta: 
              Cuando San Pablo llevó a Éfeso el evangelio, muchos de los antiguos seguidores de Juan Bautista lo escucharon y se convirtieron a Cristo. Entonces él los bautisó y les impuso las manos "el Espíritu Santo vino sobre ellos, y comezaron a hablar en lenguas y aprofetizar" (Hch 19, 6). Profetizando (esto es, proclamando la palabra de Dios y enseñándola a sus hermanos) ponían al servicio de la comunidad el don del Espíritu que habían recibido.

              Ya hemos visto que el Espíritu Santo primero preparó la venida del Hijo de Dios, habiéndose éste encarnado lo presentó a las personas de su tiempo, y una vez resucitado y subido al cielo lo sigue mostrando al mundo por medio de la Palabra de Dios inspirada por Él. Por eso el don de la profecía (es decir, de proclamar esa palabra) es una acción propia del que a convertido su cuerpo en templo del Espíritu. sobre esto, nuevamente Juan Pablo II nos dice: "La participación en el ministerio profético de Cristo que proclamó el Reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la Palabra, habilita y compromete a los fieles a acoger con fe el evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con valentía".

              • El ministerio de sacerdote:
              El día de Pertecostés una tres mil persoans escucharon a San Pedro proclamar quién es Cristo, se convirtieron y le preguntaron qué debían hacer. Él les dijo que debían bautizarse para recibir el don del Espíritu Santo. Ellos, una vez bautisados, "se dedicaban a escuchar la enseñanza de los apóstoles,  vivían unidos y participaban en la fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2, 38.42). De este modo ejercitaban la vocación sacerdotal a la que habían sido llamados, para consagrar el mundo.

              Es que el Espíritu se llama "Santo" porque santifica o consagra, es decir, eleva a las personas a la vida de Dios, o dedica los objetos al culto divino (como por ejemplo, el templo de Jerusalén). Por eso Jesús se consagró por Él enteramente al Padre, en la Cruz, como enseña la carta a los Hebreos: "¡Cuanto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se entregó así mismo a Dios como víctima perfecta, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte para que podamos dar culto al Dios vivo!" (Hb 9, 14).

              Así el cristiano, que lleva el sello del Espíritu desde su bautismo, no puede sino ponerse al servicio de la acción del Espíritu que ha recibido consagrando el mundo por la oración continua y por su propio ofrecimiento en la Eucaristía, como enseña el Concilio: "Los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraño y mudos expectadores, sino que, comprendiéndolo bien a travéz de los ritos y oraciones, participen conciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruídos en la Palabra de Dios, se fortalezcan en la Mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la ostia inmaculada, no solo por manos del sacerdote, sino juntamente con Él".

              Les comparto un video de Youtube de qué significa ser Sacerdote, Profeta y Rey



              Bethrrul Betosh Spears Glez

              Publicado el 9/10/2013


              El drama interno del hombre


              San Pablo es quien de manera particularmente elocuente describe la tensión y la Lucha que turba el corazón humano. Leemos en la carta a los Gálatas: "Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al Espíritu, y el Espíritu contrarias a la carne, como son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais". Ya en el hombre en cuanto ser compuesto, espiritual y corporal, existe una cierta tencisón, tiene lugar una cierta lucha entre el "espíritu" y la "carne". Pero esta lucha pertenece de hecho a la herencia del pecado, del que es una consecuencia y, a la vez, una confirmación. Forma parte de la experiencia cotidiana. Como escribe el apóstol: "Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: ¨fornicación, impureza, libertinaje... embriaguéz, orgías y cosas semejantes¨. son los pecados que se podrían llamar "carnales". Pero el apóstol añade también otros: "odios, discordias, celos, iras, rencillas, divisiones, envidias". Todo estos son "las obras de la carne".



              Pero estas obras, que son indudablemente malas, Pablo contrapone "El fruto del Espíritu": "Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí". Por el contexto parece claro que para el Apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal; sino que trata de las obras -mejor dicho de las disposiciones estables-  virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo) a la acción salvífica del Espíritu Santo.



              Por ello, el Apóstol escribe: "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu". Y en otro pasaje dice: "Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas losque viven según el Espíritu, lo espiritual"; "mas nosotros no estamos en la carne sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en nosotros". La contraposición que San Pablo establece entre la vida "según el Espíritu" y la vida "según la carne", genera una contraposición ulterior: la de la "vida" y la "muerte". "Las tendencias de la carne son muerte; mas la del Espíritu, vida y paz"; de aquí su exhortación: "Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis".





              Dones y frutos del Espíritu Santo


              El catecismo de la Iglesia Católica enseña que la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.



              Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenencen en plenitud a Cristo, Hijo de David (Is. 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.




              Así dice San Pablo: "Uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas" (1 Cor 12, 8-10).




              Los frutos del Espíritu son perfecciones que forman en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia,longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Ga 5, 22-23).




              En los frutos del Espíritu Santo puede ver el mundo qué sucede con las personas que se dejan totalmente tomar, conducir y formar por Dios. Los frutos del Espíritu Santo muestran que Dios tiene un papel real en la vida de los cristianos.


              A continuación Catequesis del Papa Francisco sobre los dones del Espíritu Santo del canal de Rome Reports en Youtube


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              Publicado el 9/4/2014


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              Publicado el 11/6/2014