domingo, 19 de octubre de 2014

EL ESPÍRITU SANTO ES DIOS

El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad:




Una Persona muy distinta, como tal, del Padre y del Hijo; Él es Dios y consustancial con el Padre y el Hijo.

Los mismos argumentos sacados de las Escrituras y la Tradición, pueden ser usados generalmente para probar cualquiera de las afirmaciones. Sin embargo, presentaremos las pruebas de las dos verdades juntas, pero primero daremos atención especial a algunos pasajes que demuestran más explícitamente la distinción de personalidad.



LA ESCRITURA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Hacia el final del Antiguo Testamento, poco antes de la venida del Hijo de Dios al mundo por obra del Espíritu en el seno de María Virgen, el autor sagrado del libro de la Sabiduría llegó a identificar en el Espíritu de Dios con su Sabiduría. Trata ésta como atributo divino, pero que tiene una cierta personalidad propia, que iguala con la del Espíritu Santo (al que llama por este nombre más típico del Nuevo Testamento). A la Sabiduría (como ya hemos dicho, asimilada al Espíritu Santo) le asigna las mismas obras que en otras partes la Biblia atribuye a Dios, y lo mismo se dice de la Sabiduría que del Espíritu Santo.


El texto más conocido es el de Sab 1, 5-7: "El Espíritu Santo que nos educa huye de la hipocresía, se aleja de los pensamientos sin sentido y es rechazado cuando sobreviene la injusticia. La Sabiduría es un Espíritu que ama a los hombres, pero no dejará sin castigo las palabras blasfemas; porque Dios es testigo de su conciencia, es quien vigila la verdad de su corazón y escucha lo que habla su boca. Pues el Espíritu del Señor llena el universo, lo abarca todo y tiene conociemiento de lo que existe". Como se ve, no solo auna al Espíritu Santo con la Sabiduría de Dios, sino que le aplica las mismas acciones de Dios: es nuestro educador (así como el libro de los proverbios lo había dicho de Dios Padre); penetra los secretos del corazón (con esto indica la soberanía de Dios sobre el interior de la vida del hombre); y lo califica de omnipresente como Dios (por que está presente en todas las cosas, y todas las conoce).

La Sabiduría también asigna al Espíritu Santo otra obra divina para nuestra salvación: la sabiduría divina, que es el don del Espíritu Santo, nos instruye en la voluntad del Señor para que vivamos conforme a su palabra: "Supliqué y me vino el Espíritu de Sabiduría" (Sab 7, 7) "¿Quién habría conocido tu voluntad, si tu no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto de tu Santo Espíritu?" (Sab 9, 17).



Cualidades divinas del Espíritu Santo:


El autor sagrado descubre en el Espíritu Santo las mismas cualidades que en muchas otras partes de la Biblia enseña como propias de Dios: "La Sabiduría posee un Espíritu inteligente, santo, único, multiple, sutil, ágil, penetrante, límpido, transparente, inmutable, amante del bien, agudo, bien dispuesto, bienhechor, amigo de los hombres, estable, firme, libre de inquietudes, que todo lo puede, que todo lo vigila y penetra en todos los espíritus: en los inteligentes, en los puros, en los más sutiles" (Sab 7, 22-23).


En el Antiguo Testamento no se revela todavía enteramente al Espíritu Santo como una "Persona", pero si se muestra como Dios en sus acciones, que son todas del tipo de las que llamamos "personales": son libres, gratuitas, salvadoras, de un guía y maestro, etc. Por eso acostumbramos decir que el Antiguo Testamento muestra la "naturaleza" divina del Espíritu Santo, pero aun no su "Persona", lo que está reservado para el Nuevo Testamento. 




LA ESCRITURA EN EL NUEVO TESTAMENTO


En el Nuevo Testamento, la palabra espíritu y, tal vez, incluso la expresión espíritu de Dios, significan a veces el alma o el hombre mismo en la medida que está bajo la influencia de Dios y aspira a cosas superiores; frecuentemente, especialmente en San Pablo, denotan a Dios actuando en el hombre; pero además se usan para designar no solo una acción de Dios en general, sino una Persona Divina, quien no es ni el Padre ni el Hijo, aquel que es nombrado junto con el Padre, o el Hijo, o con ambos, sin que el contexto permita identificarlos. Aquí se darán algunos ejemplos:

Leemos en Juan 14,16-17: "Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir”; y en Juan 15,26: "Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.” San Pedro dirige su primera epístola, 1,1-2, "a los que viven como extranjeros en la Dispersión… Elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu Santo, para obedecer a Cristo y ser rociados con su sangre”. El Espíritu de consolación y de verdad se distingue claramente también en Juan 16,7.13-15, desde el Hijo, de quien recibe todo, enseñará a los Apóstoles, y del Padre, quien no tiene nada que el Hijo no posea también. Ambos lo envían, pero Él no se separa de Ellos, pues el Padre y el Hijo vienen con Él cuando desciende a nuestras almas (Juan 14,23).

Muchos otros textos declaran bastante claramente que el Espíritu Santo es una persona, una persona distinta del Padre y del Hijo, y sin embargo, un solo Dios con ellos. En varios lugares, San Pablo habla de Él como si estuvira hablando de Dios:



  • En los Hch. 28,25 le dice a los judíos: "Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías"; ahora bien, la profecía que aparece en los próximos dos versículos está tomada de Is. 6,9-10 donde es puesta en boca del "Rey el Señor de los Ejércitos”.


  • En otros lugares usa las palabras Dios y Espíritu Santo como simplemente sinónimos. De este modo, escribe 1 Cor. 3,16: "¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?".


  • Y en 1 Cor. 6,19: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?".


  • San Pedro afirma la misma identidad cuando se queja con Ananías (Hch. 5,3-4): "¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo?...No has mentido a los hombres, sino a Dios."



Los escritores sagrados le atribuyen al Espíritu Santo todas las obras características del poder Divino



  • Es en su nombre, como en el nombre del Padre y del Hijo, que se da el bautismo (Mt. 28,19).
  • Es a través de su operación que se realiza el mayor de los misterios divinos, la Encarnación del Verbo, (Mt. 1,18-20; Lc. 1,35).
  • Es también en su nombre y por su poder que los pecados son perdonados y las almas santificadas: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn. 20,22-23); "Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de Nuestro Dios” (1 Cor. 6,11); "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rom. 5,5).
  • Él es esencialmente el Espíritu de verdad (Jn. 14,16-17; 15,26), cuyo oficio es fortalecer la fe (Hch. 6,5), conceder sabiduría (Hch. 6,3), dar testimonio de Cristo, es decir, confirmar su enseñanza internamente (Jn. 15,26) y enseñar a los Apóstoles el completo significado de ella (Jn. 14,26; 16,13), con los cuales morará por siempre (Jn. 14,16).
  • Habiendo descendido a ellos en Pentecostés, los guiará en su obra (Hch. 8,29), pues Él inspirará a los nuevos profetas (Hch. 11,28; 13,9) como inspiró a los profetas de la antigua Ley (Hch. 7,51).
  • Él es la fuente de gracias y dones (1 Cor. 12,3-11); Él, en particular, otorga el don de lenguas (Hch. 2,4; 10,44-47).
  • Y mientras habita en nuestros cuerpos, los santifica (1 Cor.3,16; 6,19), y de esta manera algún día los levantará nuevamente de entre los muertos (Rom. 8,11). Sin embargo, Él obra especialmente en el alma, dándole nueva vida (Rom. 8,14-16; 2 Cor. 1,22; 5,5; Gal. 4,6). El es el Espíritu de Dios, y al mismo tiempo el Espíritu de Cristo (Rom. 8,9); porque Él está en Dios, Él conoce los misterios más profundos de Dios (1 Cor. 2,10-11) y posee todo conocimiento. San Pablo termina su Segunda Epístola a los Corintios (13,13) con su fórmula de bendición la cual, puede ser llamada una bendición de la Santísima Trinidad: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes”.

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